Hemos de enseñar a nuestros hijos a convivir con su frustración; con el “no”, con no conseguir todo lo que se proponen. Esto es una afirmación que puede sonar extraña a muchos padres. Pero difícilmente en la vida, todos los retos a los que se enfrenten nuestros pequeños van a tener un fin positivo, y no por la afirmación anterior deben dejar de intentarlo.
Enseñar a nuestros hijos a convivir con su frustración, con decepciones, les va a ayudar a afrontar su vida con garantías y lo que es más importante a ser felices. Pero esto no ocurre siempre, porque la sobreprotección con la que tratamos a nuestros pequeños a veces nos conducen a detectar un problema que cada vez encontramos más entre los pequeños y que se conoce como el “Síndrome del Emperador”.
Pero, ¿qué es el síndrome del emperador?. Se caracteriza porque el hijo abusa de los padres –habitualmente de la madre- “sin que haya causas sociales que lo expliquen”. Madres, abuelas y hermanas, son las principales víctimas de los menores con problemas de agresividad y es habitual entre los niños que han sufrido alguna enfermedad a edades tempranas o han tenido un ingreso prolongado o cualquier cuestión que ha hecho que sus padres establecieran una sobreprotección
La percepción de educadores y psicólogos es de que los niños y jóvenes que sufren el síndrome del emperador, es decir, que utilizan la violencia física o verbal contra sus progenitores y su entorno familiar más allegado se han incrementado.
Estos “pequeños” emperadores son hedonistas, egocéntricos, y manifiestan pocas manifestaciones de empatía y sentimientos hacia los demás. “La inmensa mayoría de veces empiezan a mostrar la agresividad con la madre, que suele ser la principal víctima y, luego, se va extendiendo al resto de la familia”.
Pero, ¿por qué son las figuras femeninas la primera diana de sus ataques violentos?
“Estos niños tienen un comportamiento muy similar al de los bebés”, que ante cualquier problema o necesidad acostumbran a llamar a la madre para que la satisfaga. “Como no se les establecen límites, siguen haciendo lo mismo que de bebés”, proyectando esa frustración hacia “mamá”, pero con la salvedad de que a ciertas edades ella no sabe lo que le pasa al niño y tampoco sabe cómo solucionar su problema y es cuando surge la agresividad.
La violencia de los jóvenes “emperadores” se puede manifestar de diferentes maneras: puede ser física, pero también psicológica, convirtiéndose en un “tirano”.
Los padres deben insistir en tres puntos: primero, desarrollar de manera intencional y sistemática las emociones morales y la conciencia de los niños y adolescentes, dándoles oportunidades para que practiquen actos altruistas y que extraigan lecciones morales; segundo, poniendo límites firmes que no toleren la violencia y el engaño, y tercero, ayudándolos a que desarrollen habilidades no violentas que satisfagan su gran ego, su imagen de ser especial.
No podemos olvidar que una vida plena de sentido exige esfuerzo y, a veces, un dolor emocional relevante.